martes, 11 de diciembre de 2012

Hermann Hess – Narciso y Goldmundo

Goldmundo es un joven inocente que “depositado” por su padre en el monasterio de Mariabronn, ya que desea transformarlo en un erudito y un religioso, de acuerdo a lo que dice. En el fondo de su alma aspira a que en su hijo logre la expiación de la culpa de su madre, artista devota de su libertad, que abandonado a ambos.

Allí conoce a Narciso, un joven monje con una inteligencia superior, analítica y racional que todo lo deduce, con una erudición y conocimientos fuera de lo común para alguien de su edad.

Entre ambos surge una amistad profunda y sincera y con el tiempo Narciso descubre, que Goldmundo no está hecho para la meditación y el aislamiento de la vida monástica.

Por otra parte, la madre de Goldmundo siempre ha sido en su alma una figura desprovista de ribetes claros, su perfil es el que le ha quedado de los relatos y de las referencias de su padre. Su amigo Narciso se ha de mostrar sensible a estos olvidos, a estas lagunas, y ayudará a volver a evocar aspectos perdidos, así como también colaborará para que Goldmundo arribe a la certidumbre de que la erudición y la vida religiosa no conjugan su verdadera vocación.



Convencido Goldmundo de la certeza de las palabras de Narciso, a los dieciocho años resuelve abandonar el monasterio de Mariabronn. Emprenderá así una nueva vida de vagabundo en la que el joven se irá iniciando en el aprendizaje del amor, sensual y emotivo, de todos los goces, de las alegrías y sufrimientos: en una palabra, de los más diversos aspectos de la vida.

Después de numerosos años de desesperanzada búsqueda Goldmundo descubre verdaderamente su naturaleza de artista. La misma que tan brillantemente había sido entrevista y anunciada por su amigo Narciso. De este modo se va a transformar en alumno del maestro Nicolao, luego de la visión de una estatua de "María", que es obra suya. Su aspiración será la de plasmar las imágenes configuradas dentro de sí, a lo largo del tiempo, y que sintetizan su experiencia del mundo. Prontamente pasará de aprendiz a "maestro", pasaje en el cual mucho tendrá que ver la realización plástica del apóstol Juan, con los rasgos precisos de Narciso.

Llamado por sus apetitos de vida errante, deja su labor con el maestro Nicolao. Reemprende la vida de vagabundo y en el curso de ese denso peregrinaje ha de conocer los horrores multiformes del mundo, la peste que arrasa con las poblaciones, los polifacéticos rostros del amor; se entrega al abrazo apasionado de muchas mujeres, con su gran poder de seducción, pero únicamente algunas quedarán en su corazón: la gitana Lisa, Lidia, Julia, Lena -que morirá víctima de la peste-, Inés, amante de un conde... Pero entre tantos rostros solamente una figura femenina ha de acompañarlo en toda su existencia, desde que partiera del monasterio: la Madre eterna, imagen viva, continuamente mutable, que, finalmente resultará ser la imagen de su propia madre. Toda su vida ha sido la persecución de esa imagen. Para hallarla deberá arribar a la vejez...

Luego de este alejamiento, en el que progresivamente ha ido visualizando el rostro de su madre siente la necesidad de regresar al taller de su maestro, para plasmar en tallas en madera todas las imágenes acumuladas. Luego de un largo camino llega finalmente al atelier de Nicolao, pero él ha muerto. Goldmundo permanece en la ciudad, con la intención de continuar su trabajo de artesano y escultor; pero allí conoce a una nueva mujer y se involucra en un episodio que le valdrá la condena a muerte. De esto lo salva un sacerdote, que es nada menos que Narciso convertido en abad del monasterio, quien lo lleva consigo de vuelta al lugar donde tantos años antes ambos se conocieron. En el monasterio, Goldmundo se dedica al arte, sorprendiendo a Narciso y enseñándole muchas cosas que éste no conoció en su vida intelectual y religiosa. Se reconvierte y vive una vida sedentaria y de alguna forma espiritual; pero su alma errabunda le pide una última salida a los caminos, en la que se despediría de su juventud. Buscando en el fondo otro encuentro con una bella mujer de su pasado inmediato, sufre un accidente, y se dirige entonces -no sin orgullosas vacilaciones- de vuelta al convento. Narciso habrá de acogerlo y cuidarlo. Evolucionará mal y la muerte se le acercará. Pero ahora sabe que puede morir sereno y en paz. Ha entrevisto lo perseguido toda la vida, ha creído comprender que la imagen de su madre es la que le ha permitido -con propiedad- amar, y la que ahora le permite morir.

Sus últimas palabras a Narciso dictaminarán esta apreciación. Para amar y morir, se requiere haber tenido madre.


El libro es un canto a la búsqueda de experiencias que nos darán la verdadera “sabiduría”. Goldmundo encarna esa búsqueda; experimenta y aprende, es decir “sabe” por propia experiencia que esto es de esta manera o de aquella. En cambio, Narciso encarna al “conocimiento” que nuestra razón y los libros pueden proporcionarnos. El “conoce” del mundo y de experiencias humanas por terceros, pero no “sabe”, no tiene la sabiduría que Goldmundo ha adquirido.

Un libro excepcional, maravilloso y de lectura obligada.



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2 comentarios:

  1. Muy bueno Hermann Hesse. Leí El Lobo Estepario y este me lo perdí. Voy a agendarlo para la próxima.

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  2. Este libro me ha llegado al corazón. Es un canto a la vida, vivida en dos formas distintas, experimentando o introspectivamente.
    Excelente la reseña. Me dan ganas de volver a leerlo. Besos, Mary.

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